David caminaba por el parque con su hija pequeña, Isabella, una tarde soleada. Isabella tenía sus ojos azules y una sonrisa que iluminaba el mundo de su padre. Cada momento que pasaban juntos era un tesoro, y David se esforzaba por hacer de cada día una aventura para su querida niña.
Mientras jugaban en el parque, Isabella corrió hacia una fuente cercana para lanzar una moneda y pedir un deseo. David la observaba con una sonrisa mientras ella cerraba los ojos con fuerza y lanzaba la moneda al agua. Sin embargo, cuando Isabella abrió los ojos, su expresión cambió de alegría a confusión y miedo.
"¡Papá! ¡No puedo verte!" gritó Isabella, buscando a su padre con mirada desesperada.
David corrió hacia ella, pero antes de que pudiera llegar, un fuerte destello de luz cegadora los envolvió a ambos. Cuando la luz se desvaneció, David se encontró solo, de pie junto a la fuente.
Desesperado, llamó a su hija, pero no obtuvo respuesta. Corrió por todo el parque, buscando a Isabella, preguntando a cualquiera si la había visto. Nadie sabía nada sobre su pequeña.
David recurrió a la policía y se lanzó en una búsqueda frenética. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses, pero Isabella nunca apareció. Las esperanzas de David se desvanecieron gradualmente, y cada día que pasaba, sentía que su corazón se rompía un poco más.
El destino había arrebatado a Isabella de su vida de manera inexplicable, dejando a David con una tragedia incomprensible y un dolor que nunca se desvanecería. La pérdida de su hija, su alegría, su razón de ser, se convirtió en una herida que nunca sanaría y una sombra que lo perseguiría hasta el final de sus días.
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