En un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, rodeado de densos bosques y bañado por la luz plateada de la luna, yacía un antiguo cementerio. Durante el día, el lugar era tranquilo y sereno, con lápidas cubiertas de musgo y cruces desgastadas por los años. Sin embargo, cuando la noche caía y el reloj marcaba la medianoche, el cementerio cobraba vida de una manera macabra y aterradora.
Esa noche en particular, el reloj del campanario de la iglesia dio doce campanadas, y un escalofrío recorrió la espalda de todos los habitantes del pueblo. Sabían lo que eso significaba. Desde las profundidades de las tumbas, los difuntos comenzaron a despertar.
Los huesos se unían en un baile macabro, uniendo sus piezas con una precisión sobrenatural. Los esqueletos completos emergían de las tumbas, vistiendo sus ropas funerarias, desgarradas y llenas de polvo. Sus ojos vacíos brillaban con una luz siniestra.
Los aldeanos, asustados pero curiosos, se asomaron desde detrás de sus cortinas y puertas cerradas, observando en silencio mientras los muertos abandonaban sus sepulcros. Los esqueletos no hablaban, pero sus acciones hablaban por sí mismas. Formaron una procesión silenciosa que avanzaba por las calles del pueblo, siguiendo un patrón desconocido pero inquietante.
La procesión de los muertos pasó junto a la casa de Samuel, un hombre valiente pero supersticioso. Inspirado por una mezcla de miedo y coraje, decidió seguir a la procesión a distancia, ocultándose en las sombras. Su corazón latía con fuerza mientras observaba a los esqueletos avanzar.
Los muertos llevaron su macabra procesión hasta el bosque, donde se adentraron en la oscuridad. Samuel los siguió, su mente llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué los muertos se levantaban cada noche? ¿Qué buscaban en el bosque?
Dentro del espeso follaje, Samuel finalmente descubrió la respuesta a sus preguntas. En el centro de un claro oscuro, los esqueletos se reunieron alrededor de una figura más grande y grotesca que los demás. Era un ser de pesadilla, mitad hombre y mitad bestia, con cuernos retorcidos y garras afiladas.
Este ser, el líder de los muertos, comenzó a recitar palabras en un idioma antiguo y olvidado. La tierra temblaba bajo sus pies y el cielo se oscurecía aún más. Samuel sabía que debía huir, pero estaba paralizado por el miedo.
Los muertos comenzaron a cavar en el suelo, revelando un agujero profundo que parecía llevar a las entrañas de la Tierra. Uno a uno, descendieron por el agujero, seguidos por su líder. Cuando el último esqueleto desapareció bajo tierra, el agujero se cerró, como si nunca hubiera estado allí.
Samuel regresó al pueblo, pero nunca habló de lo que había presenciado esa noche. Sabía que nadie le creería, y temía que la locura lo consumiera. Desde entonces, todas las noches, cuando las campanas de la iglesia daban las doce, los muertos se levantaban y realizaban su macabra procesión hacia el bosque, donde el ser demoníaco los esperaba.
El pueblo vivió con este oscuro secreto, esperando en silencio que los muertos nunca regresaran de su encuentro con el ser infernal en las profundidades de la tierra.
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