En un bosque profundo y misterioso, la luz del sol apenas penetraba entre las densas hojas de los árboles. Allí, un padre preocupado, David, buscaba frenéticamente a su hijo de diez años, Noah, quien se había perdido mientras exploraban el bosque juntos.
La voz de David resonaba entre los árboles mientras llamaba a su hijo una y otra vez, pero no recibía respuesta. El bosque parecía devorar sus palabras, y el temor se apoderaba de él a medida que avanzaba más profundamente en su búsqueda.
Mientras tanto, Noah había estado vagando por el bosque durante horas. A medida que avanzaba, las sombras se alargaban y el bosque tomaba un aspecto más oscuro y misterioso. Entonces, algo inusual sucedió. Criaturas diminutas, con ojos centelleantes y vestidas con ropas de hojas y musgo, comenzaron a aparecer ante él. Parecían salidas de una leyenda.
Estas criaturas se presentaron como los guardianes del bosque y le hablaron a Noah con voces suaves y melodiosas. Le dijeron que no tenía que tener miedo, que el bosque no era un lugar hostil. Noah se sintió extrañamente reconfortado por su presencia y comenzó a confiar en ellos.
A medida que pasaban las horas, David seguía buscando a su hijo sin descanso. Sus gritos resonaban desesperadamente en el bosque, pero la distancia y la maleza dificultaban su avance. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en el bosque. Los árboles parecían susurrarle a David, como si le indicaran una dirección.
Finalmente, David llegó a un claro en el bosque, y lo que vio lo dejó sin aliento. Noah estaba parado en el centro del claro, rodeado por las criaturas del bosque. Su rostro estaba sereno, y sus ojos reflejaban una sabiduría que iba más allá de sus años. Parecía haber encontrado algo en ese bosque que trascendía la comprensión humana.
David corrió hacia su hijo, pero las criaturas del bosque se interpusieron en su camino. Con voces llenas de tristeza, le explicaron que Noah ya no podía regresar con él. El bosque había reclamado a Noah como uno de los suyos.
Noah miró a su padre con amor y gratitud en los ojos y le dijo que estaba bien, que ahora pertenecía al bosque y que lo amaría siempre. Con lágrimas en los ojos, David abrazó a su hijo por última vez y vio cómo Noah se alejaba, desapareciendo en las sombras del bosque con las criaturas que lo habían acogido.
David regresó a casa con el corazón roto, pero sabía que su hijo había encontrado un lugar especial en ese bosque, donde siempre estaría rodeado de amor y magia. Y aunque nunca más vio a Noah, siempre llevó consigo el recuerdo de su hijo y la extraña belleza del bosque que lo había reclamado.
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